Apreciada hermana:
Para comprender este relato, considera que los mapas siempre han sido mi pasión. Es un interés humano poco común, pero a mí me salvó la vida.
A mis once ciclos, me uní a mi hermano mayor en un viaje pesquero. Bordeábamos el Gran Embalse desde el faro al oeste de la Cordillera Espadiana hasta el puerto de Sïlenia en la Península Cardiana. El Magisterio lo llama el Mar Aluvial ahora, pero en ese entonces solo lo conocía como la única costa que tal vez podría navegar.
La práctica de la pesca me resultó salvaje y cruel, así que recurrí a dibujar la costa circundante. Era una oportunidad única para ver cómo las ásperas cumbres nevadas se transformaban en bosques de robles frondosos y, finalmente, se abrían a una confluencia de ríos florecientes. Cuando la embarcación zozobró, por colisionar con un monstruo marino según afirmaron algunos, mi conocimiento de las corrientes y del área me permitieron sortear el remolino que engulló el barco y a muchos hombres con él, incluido mi hermano.
Ya como explorador exiliado, cada vez que el Ailanto regresaba a Terräfirma, la tripulación solía dejarme en algún lugar innombrado más allá de sus fronteras. Allí proporcionaba detalles más precisos a la cartografía y documentaba las costumbres de sus habitantes.
Mientras esperaba por la nave, recitaba mi documentación a los cocoteros y almendros como si fueran grandes magísteres; y los cangrejos eran sus novicios infiltrándose en el salón del templo. Las olas ofrecían una sinfonía de asombros y aplausos para alabar mi retórica mientras me dirigía en discurso al Magisterio, un lugar tan querido que nunca pensé que volvería a ver. No podía haberme imaginado que sería secuestrado, engatusado, traficado, debatido o peleado de vuelta al reino.
Intenté regresar una vez, al enterarme de la muerte de mamá. Afortunadamente, el capitán me detuvo. La guardia invadió la nave tan pronto arribaron. De haberme encontrado allí, el rey habría desmantelado nuestra nave e institución, mi único hogar y familia.
Desde la distancia, Terräfirma resultaba irrelevante y su nombre, inapropiado e ingenuo. Un territorio pequeño con humanos que no conocían nada más y que malinterpretaban la lejanía con ser el centro de la superficie.
Me ha tomado mucho tiempo contar esta historia. Escribo ahora con más madurez, y quizas sabiduría, porque necesito que comprendas mi travesía. También te pido discreción. Por el momento, debes atesorar el contenido de esta correspondencia.